sábado, 4 de febrero de 2017

LXI - LXX

LXI
El café hizo desvanecer
el azúcar del terrón,
el cariño de tu corazón,
la esperanza de volver.

LXII
La vida, es la ceniza
que te consume,
el ocaso que te conduce
al cofre de las reliquias.

LXIII
Aguardo en el fresno sombrío,
cerca del arroyo silencioso,
y en un silencio doloroso
sollozo, por el delta de tu río.

Atisbo la soledad, mientras
tu corazón desahuciado
diluye ya, desalentado,
esperanzas verdaderas.

Solo quedarme quiero,
a tu lado hasta el final
para siempre abrazarte sincero;

y el tiempo amargo evitar,
guardando en un infinito momento
nuestro único amor parental.

LXIV
Ay qué tristeza,
recala en mi mente,
cuando la luna llena,
ella sola aparece.

Ay qué tristeza,
cuando anochece,
el frío ya aprieta,
las cigüeñas se fueren.

Ay qué tristeza,
el invierno aparece,
las nubes se hielan,
pronto oscurece.

LXV
El parpadeo de tu mirada
mantiene impenetrable mi rumbo,
creyendo que mi mundo,
sentido no tiene sin tu estampa.

LXVI
La vida como un río,
un estanque estancado,
vacío, por el estío,
un sueño culminado.

LXVII
Sensación peculiar:
apareces; y necesito evitarte,
mas, luego tú te vas,
y parecerá un disparate,
empiezo a necesitarte.

LXVIII
No encuentro paz
en el delirio,
ni en el colirio
de la amistad.

LXIX
Sólo quiero que vuelvas,
con el sueño poder reconciliarme,
y, en una sencilla bandeja
ofrecerte las mundanas estrellas.

LXX
¿Si la pulcra fronda verde
de los pinos reclama,
tras larga noche cerrada,
al sol, sus intermitentes
y serenas caricias calmas?

¿Por qué no debo yo,
reclamar sus carantoñas,
sus labios, su corazón
o su estimable olor,
a cualquier divinidad amorosa?

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